La nueva Xbox Serie X de Microsoft gana adeptos día tras día. Y no es de extrañar: la Xbox Series X es una bestia. Con sus 12 teraflops, 1 TB SSD de almacenamiento -que en realidad son unos 800 GB, porque el resto lo ocupa el sistema operativo, y que es ampliable con módulo externo de hasta otro terabyte- y rendimiento 4K hasta 120 FPS -aunque nuestra experiencia ha sido a 60 FPS porque el televisor no daba para más-, es una propuesta a la que es difícil encontrarle pegas.
Hablar de teraflops siempre llena mucho la boca, pero más allá de ello todos los expertos coinciden en que lo que marca la mayor diferencia con sus antecesoras es el disco interno de tipo SSD. Una vez probada podemos estar de acuerdo.
Los tiempos de carga son notable y satisfactoriamente reducidos, y ese es un punto esencial para todo buen jugador. Las esperas no gustan. Esto es posible gracias a la combinación de toda la tecnología de la nueva Xbox Series X: tanto su CPU como su GPU unidas a la arquitectura Xbox Velocity, es decir, el resultado de combinar el SSD con la CPU y el propio software integrado.